El día absolutamente nada esperado había llegado, sería una futura odisea que se realizaría sin ninguna previa organización, que nació viendo la antepenúltima página del diario “La Republica” en donde el encuentro entre Universitario vs. Sport Huancayo era opacado por la noticia del “peor crimen cometido en la historia”: un policía había entregado – no se sabe si por dinero o no (da igual) – banderolas y otros artículos simbólicos de la trinchera a su eterno rival, comando sur de Alianza Lima...
La experiencia de sentirse por único día y por primera vez como barrista de la popular barra de la “U” crecía dentro Claudia y con ella, crecía aun más el peligro. El reciente robo de la banderola aumentó su deseo, y a la vez su miedo, de realizar una de sus fantasías que había querido hacía mucho tiempo cumplir. La histeria de su madre frente al hecho de que su pequeña se mezclara con toda esa gente que tanto detestaba – ya que su hijo menor, su dolor de cabeza, hincha y barrista amateur de la “U” había aumentado su miedo después de haber llegado más de una vez a casa con la cabeza rota – y la permisiva decisión de su padre de dejarla ir al estadio le provocaban una retorcida diversión.
Para Claudia ir al estadio significaba poder al fin darle un diagnóstico a ese profundo análisis psicológico que había realizado durante más de una año, tratando de entender a los barristas en general, pero especialmente a Gary y a Junior, su hermano y su enamorado respectivamente.
No sabía que esperar o que hacer cuando se encontrara en el estadio, pero si sabía que su atuendo habitual no debía ser el mismo que tendría que usar para acompañar a esos hombres, que en su mayoría, estaban buscados por algún tipo de delito. Por eso, buscó su pantalón más rasgado y desgastado, unas zapatillas blancas que encogían sus dedos, un polo y una correa que combinaban muy bien con su calzado. Se dijo así misma que aunque el estadio sea el lugar donde se dirigía, no podía perder el estilo y el buen gusto. Una chompa negra que cubría uno de sus mas
Un relativamente largo viaje la dejó cerca de su destino: El Estadio Monumental. “Baja en el óvalo”, dijo Junior, su enamorado, acompañante y guía turístico. A su alrededor veía como pequeños grupos se dirigían hacia el monumental lugar que identifica muy bien al distrito de Ate. Después de un pequeño tour, dentro de un peculiar mototaxi, por unas cinco cuadras, observando patrullas y porta tropas que resguardarían el estadio y sus alrededores pero que seguramente no serían suficientes para detener la furia contenida por el reciente “crimen” cometido por un policía, llegó al fin al descomunal coliseo. En las afueras del lugar sintió su primera emoción, era una amalgama de excitación y miedo, ver tantos hombres cantando a una sola voz y con tanta pasión: “A mí no me interesa en que cancha tú estés, local o visitante yo te vengo a ver, ni la muerte nos va a separar, desde el cielo te voy alentar, porque, Crema soy y tú eres la alegría de mi corazón...” hizo que se lamentara por no haber llevado un especie de cancionero o tal vez haber practicado algunas estrofas para acompañarlos.
A esto le seguiría lo que sería su inaugural, corta pero muy emocionante caminata, los primeros manifestantes fueron los muchachos de “La turba”, quienes anunciaron su llegada detonando una bombarda, rápidamente – por consejo de su enamorado y por no tener otra alternativa – se adentró en la manada de protestantes y se animó a correr con ellos y entre ellos hasta llegar hacia su morada, se sentía extraña, hasta ridícula, pero a la vez especial, tal vez porque ser la única mujer del gigantesco grupo era algo que seguro nadie notaba pero que ella veía con claridad. Estar cerca de los “cabecillas” de una de las barras era como caminar al lado de algún artista famoso, la diferencia: no brindaban autógrafos, probablemente no porque alguno que otro hincha no lo quisiera, sino porque nadie se atrevía a pedirlo.
Los explosivos sucesos que acontecían a su alrededor la hacían brincar a cada instante, era como si un inusitado hipo se hubiera apoderado de ella. Compró sus entradas y aunque faltaba casi una hora para que iniciase el encuentro decidió entrar al estadio. Pero antes de hacerlo, el hipo volvió a sorprenderla, cuando al voltear vio que dos bandos de la trinchera estaban iniciando una “guerreada”. Supo así, que se había iniciado la primera batalla de lo que sería una premeditada guerra.
Regresando a la tribuna, faltando ya pocos minutos para que comenzase el cotejo y con mucha más hinchada incorporada, decidió al fin ubicarse y ya cuando se disponía a hacerlo sintió como la gente empezaba a inquietarse, a asustarse, las estrellas habían ingresado a su santuario, los lideres de las diferentes barras habían hecho acto de presencia y se disponían a hacerse sentir y a como de lugar, entrar a la tribuna Sur, para intentar conseguir a uno de sus primordiales integrantes: el bombo, que aunque estuvo ausente en los momentos iniciales, no significó para los hinchas alentar con menos pasión al equipo de sus amores, era un estadio casi vacío en el que los fanáticos con sus gritos, canciones, saltos y hasta insultos estremecían cada rincón del campo, demostrando, una vez más, que la hinchada crema posee un estilo propio, que no cambia ni cambiará con nada ni por nadie.
En un abrir y cerrar de ojos divisó como toda la tribuna oriente ya se encontraba llena de banderolas, de diferentes colores y tamaños, algunas frases aludían a sus enemigos íntimos y policías, otras eran las comunes pancartas con los nombres de cada barra. El partido de fútbol era lo menos importante ese día, las canciones, los movimientos, las emociones, que no dejaban que la concentración se posara en el cotejo, fueron los protagonistas esa tarde de sábado en la que ella sin ni siquiera mirar la cancha un solo instante, sabia que algún golpe o empujón que recibiera le indicarían que se había producido un Goooool!!!
Era máxima la emoción que sentía, se dio cuenta de pronto, que se había convertido en una mas. Era una futura periodista disfrutando cantar, saltar y hasta a insultar policías con sus cánticos, le extrañaba su actitud pero no le desagradaba, era algo nuevo.
Al finalizar los primeros 45 minutos del encuentro entro en razón y recordó la absurda promesa que le hizo a su madre, regresar al finalizar el primer tiempo, se arrepintió de dicho juramento, pero no pudo dejar de cumplirlo ya que su enamorado y acompañante no permitió que lo hiciera. Y aunque dejó fuera 45 minutos más de experiencias, sentía que lo recientemente vivido había sido una aventura muy provechosa, había logrado aprender algo más de la “cultura barrista” – se enteró que los cabecillas son aquellos que se presentan sin polo y que van en la delantera, que cada equipo hace su “entrada triunfal” reventado algún fuego pirotécnico o que caminar al lado de los caballos no es una buena opción – y sin lugar a dudas había sido una aventura riquísima, diferente, tal vez para muchos sea cosa de rutina, ya que los diferentes equipos domingo a domingo se presentan en los estadios para ser alentados pero este partido en particular, por su polémica alrededor, tenía para Claudia un sabor distinto en una tierra completamente distinta.